We bleed the same | William

Skender Draghicescu adoraba la naturaleza: ella permanecía, cuando todos se iban. Por eso se permitía el placer de sesiones de lectura nocturnas, que a los ojos de los humanos eran una atrocidad para la retina pero que no tenía repercusiones algunas en sus ojos de vampiro. Podia ver mejor que los humanos, y había descubierto que pocos placeres se comparaban a leer a la luz de la luna.

En épocas pasadas se acompañaba de una vela, para no levantar sospechas en aquellos pequeños pueblos nórdicos, pero en la actual París y en especial, en la soledad del hotel, no debía preocuparse por aquellos tecnicismos. Además, la sociedad se había acostumbrado a ser mucho más abierta en lo que le convenía: el público estaba dispuesto a aceptar las excentricidades de un hombre, y muchas veces estas eran aclamadas si el lograba retribuir algún bien o servicio. Así, las rarezas de muchos artistas (Skender podía recordar a Dalí) eran aceptadas y atribuídas al talento.

A él seguramente le veían como un tipo loco que leía en la oscuridad, "nada de que preocuparse".

Entre sus manos yacía un ejemplar de "El Retrato de Dorian Gray" que había adquirido en una librería cercana al LeBlanc, donde conoció a una joven hechicera de ojos encantadores y sonrisa tímida. Ella tenía el nombre de Sibyl y Skender le había dedicado un par de pensamientos durante los últimos días. Al lado del vampiro, como siempre, estaban su pitillera de plata y una petaca recubierta en cuero negro que contenía una cosecha magnífica de O negativo. La había extraído de una adolescente de una cabellera tan colorada que casi le hacia justicia a su sangre. Separó los dedos de las páginas viejas para alcanzar su antojo sangriento cuando percibió un aroma ajeno-y de alguien que no se encontraba dentro de su petaca.

—Goldstein— saludó, con ácido entusiasmo y todavía sin dirigirle la mirada—¿Paseo nocturno?

El rumano tenía una convivencia complicada con William, todo por el vínculo que ambos compartían con Bianca Dracul, prima de Skender y salvación del sombrerero. Una ampiresa de sangre pura que había causado algunas disputas entre el par.

El vampiro se humedeció los labios y esbozó una sonrisa. Mostró el ejemplar literario a William Goldstein con la teatralidad que tanto le caracterizaba, una mezcla entre cortesía y los modades descuidados de un músico rebelde.

—Un pequeño vuelco a los clásicos— cerró las solapas del libro y lo dejó descansar a su lado. Se aclaró la garganta poco después y deslizó sus dedos mortecinos por las fibras de su cabello, echándolo hacia atrás—. Te escuchas angustiado, camarada— el sarcasmo tiñó esa última palabra, pues se supone que los "camaradas" serían los miembros del mismo partido político. La historia lograba probar que tal sustantivo por lo general terminaba en la muerte de alguno—, y también apestas a sangre fresca— arrugó la nariz y mostró los dientes. No podía decir que la salud emocional de William Goldstein estuviera dentro de sus prioridades, pero las tragedias siempre le causaban mucha curiosidad, por lo que inclinó la cabeza hacia un lado y preguntó: —¿Todo bien?

Podía sentir la energía que emanaba del cuerpo de William: estaba incómodo.

El rumano se aclaró la garganta y asintió.

—Claramente— comenzó, relamiéndose los labios como si así pudiera evitar percibir el aroma a sangre de animal—¿Me puedes recordar por qué te ensucias la sangre con esa cosa?— frunció el ceño, con auténtica curiosidad. Muchas veces los vampiros cambiaban de opinión después de sufrir los pesares de una dieta vegana, y últimamente Skender apreciaba que un enfoque menos agresivo podría dar más resultados para su plan de dominio mundial.

Una sonrsa se mostró en los labios de Skender Draghicescu, como de costumbre, con aquella gran cuota de sátira en las comisuras.

—Toma asiento— invitó—. También me gusta interpretar al poeta sufrido.

— Es eso tremendamente cruel de tu parte, William—  frunció los labios con desaprobación— ¿No tienes consideración con los cachorritos?— Skender enfrentaba un dilema moral con sus típicas bromas. Él no creía en la inocencia de los humanos. Su gesto se ensombreció ligeramente y se encogió de hombros. Sabía que William era un vampiro inteligente, pero pasó toda su vida humana comiendo la publicidad de los medios y tragando la norma social que impone la sociedad, por lo que experesar sus ideas de una manera frontal sería inútil—Todo depende, al final, de lo que califiques como inocencia. Según el catolicismo nadie lo es, ¿no lo encuentras gracioso? Hablo del concepto del pecado original y esas pendejadas—  una de sus manos se agitaba en el aire, gesticulando lo que sus palabras también querían decir.

Skender Draghicescu se humedeció los labios, pensativo, y a continuación resopló una risa.

—La fantasía de toda adolescente: un hotel lleno de criaturas paranormales— volvió la mirada al vampiro, ceñudo—. Yo estuve aquí cuando comenzó, ¿sabías? Cuando sólo estábamos nosotros y no había humanos hospedándose— el desastre emocional que proyectaba ser Goldstein era reconfortante para Skender, le hacía buen oyente—. Eran tiempos mejores.

El rumano soltó un bufido y se encogió de hombros. De su bolsillo sacó otro cigarrilloy un encendedor, hizo lo propio y ofreció un cilindo de nicotina al moralista a su lado. Apreció que William Goldstein tenía las capacidades de oratoria de una piedra por lo que estaría en sus manos dirigir la conversación para entretenerse un rato.

—¿Quieres?— ofreció, alzando una ceja y a continuación le dio una fumada a su cigarrillo—. Eran tiempos mejores— concluyó—. Es una lástima que muchos de ustedes no lo hubieran vivido, realmente captaba la grandeza de este lugar— expulsó el humo lentamente—. Las comunicaciones actuales llenaron todo esto de liberalismo y tolerancia— arrugó el rostro, como si le diera asco—, ¿no crees?— le dio otra calada al cigarrillo como si fuera a continuar en su pequeña queja—¿Estás bien, William?

Los ojos de Skender apuntaban a la luna. Como su boca, y el humo de su cigarrillo.