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Sing the anthem of the angels — {Layla Carson}
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Sing the anthem of the angels — {Layla Carson}
—Aquí tienes, linda, café negro, dos de azúcar y sin batir —le sonrió la chica a Victoria mientras le pasaba su orden con la reconocida marca de Starbucks estampada en el vaso.
Vic lo recibió y le pagó, insistiendo en que se quedara con el cambio. Al salir de la cafetería notó que el vaso no sólo tenía su nombre anotado, sino también un smile dibujado justo debajo. De forma inconsciente, sonrió.
A veces olvidaba cómo se sentía vivir en el mundo normal. Los humanos, muchos ciegos ante los peligros de la noche, vivían el día a día sin problema alguno, salvo pagar las cuentas, tener comida en el refri al llegar de la calle y un buen baño para renovar las energías de "un largo día", lo demás era completamente ajeno a ellos; la sombra insistente de la muerte, la persecución contra las fuerzas del mal, los peligros que rondaban en cada maldito rincón de cada maldita ciudad. Sí, a veces Victoria olvidaba como era sentirse toda una humana, total y completamente mundana. Y era por eso que ahora mismo había decidido salir de su mundo para entrar en aquel y disfrutar un café mientras recorría la zona comercial, sin nada que atormentara su corazón, ni su alma, que bastante apaleada estaba.
Había llegado a ese punto en su joven vida en la que comenzaba a replantearse si había sido correcto continuar con el legado de su familia, en especial guiada por la sed de venganza que cada tanto volvía entre sueños y realidad a recordarle el porqué de su llegada a París, específicamente al Hotel LeBlanc.
Suspirando, empujó todo eso al fondo de su mente y se sentó en el primer banco disponible que encontró, complacida con estar sola por un rato. Veía pasar a la gente cargada de bolsas, otros cargados de niños, otros incluso de perros. Todos diferentes en sus formas de vestir, de peinar, de hablar. En cuestión de 20 min. pudo distinguir cinco idiomas distintos, entendiendo algunos. También se encontró disfrutando de las risitas que algunos dejaban escapar. Veía con un poco de recelo a las parejas más melosas, pero eso era porque la voz de su consciencia le recordaba que tanta soledad le estaba afectando a niveles preocupantes.
Haciendo una mueca, como confirmando que su nivel de sanidad mental podría ser inequívocamente cuestionado por mantener una discusión con su conciencia por su estado sentimental, volvió a mirar el smile en su vaso. Al menos aquella chica había intentado subirle el ánimo.
Vic lo recibió y le pagó, insistiendo en que se quedara con el cambio. Al salir de la cafetería notó que el vaso no sólo tenía su nombre anotado, sino también un smile dibujado justo debajo. De forma inconsciente, sonrió.
A veces olvidaba cómo se sentía vivir en el mundo normal. Los humanos, muchos ciegos ante los peligros de la noche, vivían el día a día sin problema alguno, salvo pagar las cuentas, tener comida en el refri al llegar de la calle y un buen baño para renovar las energías de "un largo día", lo demás era completamente ajeno a ellos; la sombra insistente de la muerte, la persecución contra las fuerzas del mal, los peligros que rondaban en cada maldito rincón de cada maldita ciudad. Sí, a veces Victoria olvidaba como era sentirse toda una humana, total y completamente mundana. Y era por eso que ahora mismo había decidido salir de su mundo para entrar en aquel y disfrutar un café mientras recorría la zona comercial, sin nada que atormentara su corazón, ni su alma, que bastante apaleada estaba.
Había llegado a ese punto en su joven vida en la que comenzaba a replantearse si había sido correcto continuar con el legado de su familia, en especial guiada por la sed de venganza que cada tanto volvía entre sueños y realidad a recordarle el porqué de su llegada a París, específicamente al Hotel LeBlanc.
Suspirando, empujó todo eso al fondo de su mente y se sentó en el primer banco disponible que encontró, complacida con estar sola por un rato. Veía pasar a la gente cargada de bolsas, otros cargados de niños, otros incluso de perros. Todos diferentes en sus formas de vestir, de peinar, de hablar. En cuestión de 20 min. pudo distinguir cinco idiomas distintos, entendiendo algunos. También se encontró disfrutando de las risitas que algunos dejaban escapar. Veía con un poco de recelo a las parejas más melosas, pero eso era porque la voz de su consciencia le recordaba que tanta soledad le estaba afectando a niveles preocupantes.
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Victoria Hawkins
Edad : 34
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